miércoles, 27 de mayo de 2009

Seda y Hierro

Sigo en silencio su respiración
acompasando los latidos de dos corazones
nunca le han faltado a nuestro Amor para estar vivo razones
El mismo sueño nos llevo a los dos
en esa hora en que las noches y los días
se prestan uno a otro oscuridad y luz, verdad y mentiras
Donde las haya, tenaz, mujer de cartas bocarriba
siempre dispuesta a entregar antes que sus armas, su vida
Mujer hecha de algodón, de seda, de hierro puro
quisiera que mi mano fuera, la mano que tallo
en tu pecho blando de material tan duro
Sigo en silencio su respiración
acompasando los latidos de dos corazones
Nunca le han faltado a nuestro Amor para estar vivo razones
Antonio Vega

martes, 19 de mayo de 2009

Chau número tres (Benedetti)

Te dejo con tu vida
tu trabajo
tu gente
con tus puestas de sol
y tus amaneceres.
Sembrando tu confianza
te dejo junto al mundo
derrotando imposibles
segura sin seguro.
Te dejo frente al mar
descifrándote sola
sin mi pregunta a ciegas
sin mi respuesta rota.
Te dejo sin mis dudas
pobres y malheridas
sin mis inmadureces
sin mi veteranía.
Pero tampoco creas
a pie juntillas todo
no creas nunca creas
este falso abandono.
Estaré donde menos
lo esperes
por ejemplo
en un árbol añoso
de oscuros cabeceos.
Estaré en un lejano
horizonte sin horas
en la huella del tacto
en tu sombra y mi sombra.
Estaré repartido
en cuatro o cinco pibes
de esos que vos mirás
y enseguida te siguen.
Y ojalá pueda estar
de tu sueño en la red
esperando tus ojos
y mirándote.
Viceversa (pequeño homenaje a Mario Benedetti...)

Tengo miedo de verte
necesidad de verte
esperanza de verte
desazones de verte.
Tengo ganas de hallarte
preocupación de hallarte
certidumbre de hallarte
pobres dudas de hallarte.
Tengo urgencia de oírte
alegría de oírte
buena suerte de oírte
y temores de oírte.
o sea,
resumiendo
estoy jodido
y radiante
quizá más lo primero
que lo segundo
y también
viceversa

Caminar, sin darse la vuelta nunca

«(...) ya de mayor, volvería a ver esa imagen, precisamente ésa: la silueta maciza de su padre, caminando a grandes pasos por delante de él, contra el vuelo de la niebla matinal, sin darse la vuelta nunca, ni para esperarlo ni para verificar que todavía estaba allí. En esa severidad, y en esa ausencia total de dudas, residía todo lo que su padre le había enseñado del hecho de ser padres: que se trata de caminar, sin darse la vuelta nunca. Caminar con el paso largo de los adultos, sin piedad, pero un paso límpido y regular, para que tu hijo pueda comprenderlo y permanecer pegado al mismo, a pesar de su paso de niño. Y hacerlo sin darse la vuelta nunca, si es que uno tiene fuerzas para hacerlo: para que él sepa que no se perderá, y que caminar juntos es un destino del que no es necesario dudar en ningún momento, ya que está escrito en la tierra.»

de Esta historia, Alessandro Baricco